viernes, 26 de agosto de 2011

¿Cuándo escribir?

«Madame Gillaumin Writing» (Armand Guillaumin)
El blog de Nisaba siempre me sorprende con esos datos tan curiosos que a la vez me encantan. He aquí un texto muy motivador:

En un artículo anterior veíamos las razones por las que relegar la escritura al fin de semana lleva a un fracaso estrepitoso cuando de acabar una obra completa se trata. “¿Cuándo escribir entonces?” es la pregunta elevada en ese artículo. La respuesta es evidente y un secreto viejo entre bardos, poetas y profesionales de la escritura de todas las épocas: hay que hacerle un lugar en el trajín diario. Mejor aún, hacerle varios lugares a varias horas del día: antes de salir para el trabajo; a la hora de almuerzo; a la salida; quizás por la noche, antes de perder por completo la lucidez y sucumbir al sueño…

Cuando una actividad se suspende por un periodo prolongado, el esfuerzo para retomarla obliga a realizar un diagnóstico inicial, recordar en dónde se había interrumpido, hacer un catálogo de tareas realizadas y pendientes y, por fin, elegir alguna para implementar durante la actual sesión de trabajo.

Cuanto mayor sea el intervalo de interrupción del proyecto (horas, días, semanas, meses, años), mayor será el esfuerzo necesario para retomar las labores. En otras palabras, si disponíamos solamente de dos horas, una vez por semana, cuando por fin recordamos por dónde íbamos ya se acabó el tiempo disponible o el embotamiento nos impide continuar. Si eran seis, una tercera parte se pierde en estos preámbulos.

Si nuestras horas más lúcidas debemos entregarlas a un patrono externo, cada minuto libre del día es un tesoro. Más nos vale aprovecharlo al máximo y no desperdiciarlo en esfuerzos inútiles.

¿Cuál es la mejor solución para este problema? No interrumpir nunca. Al mantener una conexión diaria con nuestro proyecto de escritura, cada día es más fácil retomar las labores del día anterior.
Escribir diariamente tiene otros beneficios. Cuando uno encuentra un tema en donde experimenta bloqueo o siente que algo no está bien, puede seguirlo elaborando durante el resto del día, incluso durante el sueño, y levantarse al día siguiente con la solución en la punta de los dedos. Se emplean todos los recursos, tanto los conscientes como los inconscientes: aunque estemos realizando otras actividades, nuestra mente se queda ahí, dando vueltas y tratando de resolver el problema.

Por lo tanto, para escribir una obra completa, un libro o una tesis, la clave es diseñar e implementar una rutina cotidiana en donde se obtenga, en conjunto, un tiempo real de escritura de una a dos horas diarias reales, tomando en cuenta los preámbulos necesarios, el tiempo de “calentamiento” y el estado de cansancio en que nos encontramos en diferentes momentos del ciclo mensual.

La escritura debe lograr insertarse en uno o varios horarios fijos, repetidos hasta el infinito, sin fecha de inicio ni final. Debe llegar a ser una actividad tan propia de nosotros, que se confunda con las necesidades básicas, como la hora del desayuno o el sueño. Es el tipo de acción reiterada que solo se verá interrumpida por razones extraordinarias, como una enfermedad, un viaje o un descanso voluntario.

El resto del día, cuando no se está “escribiendo” hay que seguir pensando, observando, leyendo, comentando, tomando notas, acumulando ideas… Hay que dirigir la energía personal hacia ese objetivo que tenemos por delante.

¿Cómo hacer este cambio? Con una mezcla de voluntad, disciplina, apoyo de la familia y amistades, un cierto número de ajustes en el entorno inmediato y la optimización de las herramientas empleadas para la escritura.

En los próximos artículos hablaremos de consejos prácticos para modificar la rutina y los recursos de los que nos podemos servir para obtener el máximo provecho de nuestros escasos y preciados minutos libres del día.

2 comentarios:

  1. Gracias por el dato. El artículo en que la autora habla de porqué no escribir los fines de semana también está interesante. Sabios consejos que habrá que seguir, saludos!

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