domingo, 1 de febrero de 2015

Stephen King sobre la adicción y su padre


Pese a que no me gusta lo que escribe (ni cómo lo escribe), Stephen King es una de los pocas personas que yo podría llamar «escritor».

¿Por qué? 

Principalmente, porque escribe.

¿Suena fácil, no? En apariencia es fácil imaginar la figura del «escritor» como alguien que solo vive para escribir, que disfruta tanto escribiendo que se la pasaría horas de horas volcando la imaginación sobre el papel. Eso es lo que hace Stephen King, y no lo hace cualquiera. Muchos incluso dicen que escribir, para ellos, es como una tortura. Eso me recuerda la frase de Bioy: «Uno se pregunta: ¿Por qué se ponen a escribir, si les cuesta tanto?». O aquella de Aira: «No me gustan los escritores que no escriben. Hay gente que necesita tener carné de escritor, porque eso les sirve para moverse socialmente, pero lamentablemente para eso necesitan escribir y eso no les gusta».

Ni qué hablar de los «escritores» que no leen. Por eso, salvo pocas, poquísimas excepciones, yo prefiero llamarlos «autores». Es un sustantivo que no pesa tanto como el de «escritor» y nos ayuda a separar la paja del trigo.

Pero basta de palabreo. Hace no mucho se publicó una entrevista a Stephen King que no tiene pierde. Aquí lo más llamativo:

-¿Es la escritura una adicción?
Sí. Por supuesto. Me encanta. Además, es una de las pocas cosas que me sigue enriqueciendo de la misma forma que antes. Normalmente, con el alcohol o la droga, cuanto más tomas, menos te da. Escribir sigue siendo algo muy bueno, pero también ocasiona el comportamiento obsesivo-compulsivo típico de las adicciones. Así que escribo todos los días durante seis meses hasta que consigo un borrador o algo parecido y después me obligo a parar completamente durante 10 ó 12 días para dejar que todo se asiente. Durante ese parón, vuelvo loca a mi mujer. Me dice: “Fuera de mi camino, sal de casa, ¡haz algo, pinta una pajarera, lo que sea!”.

(...)


-Tu padre falleció en 1980. ¿Te sentiste tentado de conocerle, aunque sólo fuera para escuchar su lado de la historia?
No. Sentí curiosidad cuando era un crío. Solía pensar: “Me gustaría encontrarle y partirle la cara”. Después: “Me gustaría encontrarle, escuchar su versión de la historia y después partirle la cara”.

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