lunes, 5 de diciembre de 2016

El ruido del tiempo

A mí las novelas sobre personajes históricos, o que han merecido la posteridad, me parecen un montón de mierda. Cuando un autor está bloqueado, solo tiene dos opciones: escribir sobre su bloqueo (Fresán) o mandarse con un tocho sobre la vida de algún muerto que posee una entrada larga en Wikipedia (ejemplos varios). La segunda opción podría parecer pan comido porque el asunto o personaje a narrar ya viene espoileado (a ver si Pérez Reverte inserta este neologismo), y lo demás, lo que el autor debe hacer a continuación, se llama redacción y no literatura.

Barnes ha hecho (gran) literatura en su más reciente novela.

Lejos de atiborrar el relato con fechas y nombres y sucesos reales, Barnes toma la figura de Dmitri Shostakóvich, la deforma delicadamente y nos muestra el anecdotario de sus desdichadas relaciones con el Poder en la Rusia de Stalin. Importan más los sentimientos de Shosta que la inútil revisión de su biografía.

Narrada en tercera persona, Barnes logra que los ecos del sufrimiento de Shostakóvich resuenen en el interior del lector. La Historia ha sido cruel con el compositor y la novela va de contar qué sentía Shostakóvich, no del repaso estéril de sus humillaciones.

Destaca la contención en el lenguaje, que funciona también para contener la historia. Si uno siente lástima por el compositor es por la descripción escueta y breve (muy a lo Barnes) de la maquinaria soviética.

Novela compuesta de retazos, de gestos, de pocas acciones y diálogos puntuales (a esto algunos lo llaman eficacia o lo llaman Carver), y sin eternos cuadros lacrimosos o efectistas (a esto lo llaman sensiblería o lo llaman Alonso Cueto). Hay ternura en cómo se cuenta la desgracia. Hay literatura, en suma, como en aquella escena final donde el lector entiende qué es «el ruido del tiempo» y el duro golpe que implica haberlo comprendido.

BARNES, Julian. El ruido del tiempo. Barcelona: Anagrama, 2016.

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